viernes, 21 de noviembre de 2014

El camino amarillo

Como una alfombra amarilla se extiende el camino ante ella, sin marcas ni señales que le muestren dónde está o cuál es el propósito de su viaje. A lo lejos le parece oir el sonido de una sirena que poco a poco y de modo irregular se va acercando, aunque ella no llega a saber qué es hasta que no ve al musical grupo de gaviotas sobrevolando las copas de los árboles.
Pensando que cercanos a estos pájaros se encuentra siempre el mar, la niña trata de seguirlas, pero cuando las gaviotas se internan en el bosque surgen unas brumas amarillas que la envuelven, impidiéndole continuar.
Ciega entre la niebla se abraza a sí misma, y con cautela retrocede despacito hasta el camino dorado que sólo conduce hacia delante. Camina y camina sin cansarse mientras todo lo que antes ha existido desaparece ante sus ojos a medida que avanza; difuminándose los contornos del paisaje, como si en realidad se hubiera tratado siempre de una ilusión.

A su paso atrás deja pueblos abandonados de casas diminutas a los que hace mucho tiempo (no sabe bien cómo lo sabe) llegaban hadas y brujas de todos los puntos cardinales para presidir consejos en las plazas.
En una de esas aldeas, que huelen a desinfectante y cloro (cosa bastante rara a su parecer), trata la niña de entrar, pero nunca llega a ver posar su zapatito fuera del trazado, pues cada vez que lo intenta se hace invisible como si se lo engullera un espejo hambriento.

Grita entonces con la esperanza de que algún campesino la oiga; mas como respuesta sólo escucha un extraño trote, como de caballos galopando; aunque nunca los llega a ver.

De pronto, sus ojos se hacen grandes como los girasoles que la rodean, y echa a correr hacia una silueta que al fondo del camino parece hacerle señas. Pero cuando allí llega, sólo encuentra al viento burlón jugando con los restos de un viejo espantapájaros de sonrisa desvencijada, al que rápido y entre lágrimas que surcan su cara roja, saca la niña sus entrañas de paja, vengándose de esos botones que la miraban irónicos.

Otra vez soledad y silencio.

La niña reanuda su marcha por el enlosado ocre, y no muy lejos de allí encuentra un libro abierto, vuelto del revés sobre el camino. Se agacha para cogerlo con el mismo amor con el que hubiera recogido un animalito perdido. Esperando hallar en él a un amigo que le haga compañía. Pero, poco charlatán resulta ese amigo, pues en su interior no hay escritas más que simples líneas que no puede leer, y en el exterior sólo encuentra el título borrado y las tres iniciales de su autor: L.F.B.

—¿L.F.B.? ¿Qué querrá decir? Se pregunta la niña.

De nuevo escucha el sonido de un caballo al trote, aunque esta vez más cercano que antes y en un tono mucho más agudo. La niña apresura el paso. Corre a buscarlo. Y sólo cuando ya tiene el sonido del traqueteo encima, ve que en realidad procede de un pequeño reloj de cuerda con forma de corazón, que de manera desaforada late a sus pies.

Lo toma con cautela del suelo, como temiendo que pudiera descomponerse entre sus dedos.

De pronto la niña escucha dos voces en el aire que lo envuelven todo.


—El pulso ya es regular, doctor.
—¿Lleva mucho tiempo inconsciente?
—Aproximadamente una hora. Aclara la voz de la mujer.
—¿Sabemos ya quién es?
—Acaban de confirmarnos que efectivamente es Samuel Alier (hijo), como está escrito en el libro que, según testigos, estaba leyendo en el momento del accidente.
Su padre está de camino.

La niña ha desaparecido, y en su lugar se encuentra Samuel, que escucha extrañado los pitidos rítmicos que emite el reloj que sostiene en la mano, y que no entiende por qué los dedos de los pies le hormiguean como si despertaran tras estar largo tiempo dormidos.

El médico comprueba la actividad del electrocardiograma. Observa después cómo se van coloreando las mejillas pecosas del adolescente que reposa sobre la cama, y acto seguido busca el libro para comprobar, una vez más, el nombre que figura en el ex-libris antes de escribirlo en el informe.

Lo encuentra entre los pocos objetos personales del chico: un cuaderno sin estrenar y El mago de Oz de Lyman Frank Baum.


Mayte Gallego 

(Imagen: the warehouse.el camino de retorno)

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